La oscura ley de la prima Aragonès
Quizás con tanto ruido de banderas, humo de calles quemadas para certificar de quien son (la quemé porque era mía) y las acampadas, tan multicolores como ridículas, la oscura historia de la Ley Aragonès, que por ahora es un proyecto, está pasando desapercibida, como el gusano que circula bajo la tierra, camino de la lechuga. El populismo nacionalista suele usar los mismos trucos en todas partes y a lo ancho de los años: agita las banderas y las emociones primarias mientras diseña leyes, normativas y decretos para beneficiar a un determinado modelo económico, que es lo que de veras pretenden. Léanse "El orden del día" de Éric Vuillard y lo comprenderán. Ese modelo no es, precisamente, el que mejora la vida de la mayoría: es justamente la economía que enriquece a los ricos y empobrece a los pobres.
La llamada "ley Aragonès", conocida por este nombre porque la promueve el conselleret Aragonès -este niño con barba que vicepreside el gobiernito catalán-, propone privatizar de una vez y por todas el tercer sector y una buena parte de la educación, y todo de una sola tacada. ¿Saben ustedes quién será el principal beneficiario de esa ley? Un economista del diario Ara (vaya mamarrachada de periódico) que se llama Germà Bel la defiende, y con eso basta para preocuparse en serio.
Hagan sus apuestas. Pero les advierto, de antemano, que el beneficiario último de la ley Aragonès no será el gurú-fantasma neoliberal del procesismo, el señorito Sala-Martín. Segunda pista: tampoco será ninguno de los empresarios de la ANC, ni de los amiguetes de Canadell, el gasolinero petulante. Tampoco será Josep Guardiola, ni Sandro Rosell. En efecto: será el señor Florentino Pérez, al que presentan, en los programas de la Tv3, como el enemigo público de Cataluña número 1. ¿Sorprendidos? Seguro que, a día de hoy, pocos se sorprenderán.
El entramado de empresas de Florentino Pérez no se limita a la industria ni al petróleo ni a la bolsa: sus largos tentáculos también controlan la empresa "social". Hay que buscar un poco y uno debe documentarse. Pero ahí está. No se entiende de qué cosa hablan los nacionalistas cuando hablan de "soberanía": el soberano de las autopistas catalanas, por nombrar un solo asunto, es el señor Pérez. Y es el soberano de las autopistas catalanas desde que el señor Torra preside la Generalitat.
El proyecto de Aragonès es tremendamente neoliberal, y un ejemplo diáfano del modelo de república catalana que pretenden nuestros queridos procesistas. Eso lo cuento en especial para mis colegas que todavía tragan con la tontería de que la república catalana será una república de lo social, del pueblo, de las clases humildes. Se lo cuento a los tarugos peligrosos y euforizados de la Cup, que llevan años contando que primero es lo nacional y luego vendrá lo social: pues bien, aquí lo tienen escrito, en los artículos de la ley del oscuro Aragonès, el chico con aspecto de adolescente imberbe pero paradójicamente barbudo y con abuelete falangista. El chaval Aragonès se les adelanta a la Cup y les cuenta que primero será lo social (o sea, lo antisocial) y luego lo nacional: primero lo privatizamos todo y luego ya vendrá la nación. Vamos a ver como actúa la Cup con la oscuridad del chaval Aragonès, me encantará verlo: ¿seguirán como los ciegos al tuerto? ¿Antepondrán la banderita de marras? No lo descarto: a tontería no les gana nadie.
Aunque el voto de la Cup, a favor o en contra de la ley del chavalito Aragonès, es muy posible que no importe. A la ley Aragonès, se lo adelanto, la podrían votar Ciudadanos, Convergència y el PP (hablo del Parlamentito catalán). Esta ley favorece a los principios de la economía neoliberal que propugnan todos ellos: en eso, quizás ya se han dado cuenta, están de acuerdo y votan conjuntamente los partidos de la zona derecha. Creo que los únicos que no se han caído del guindo son los orates de la Cup. Doy por hecho que los Comuns y el Psc no la votarán, aunque tampoco pondría la mano en el fuego por ambos. Lo digo por si acaso.
Las banderas, en Cataluña, nos impiden ver el paisaje. Y como Aragonès sabe eso, redacta los artículos neoliberales de su ley oculto en la sombra de las esteladas y de los chavalillos que lanzan ladrillos o baldosas, qué más da. ¿Se han dado cuenta ustedes de que Aragonès es gris, discreto, sutil y melifluo? ¿Se han dado cuenta de que no participa en las redes, de que no publica columnas en la prensa, de que no se prodiga?. Que el humo de los contenedores no les impida ver el paisaje de una Cataluña en venta, rendida y decadente.
Cosas como la ley Aragonès deberían abrir los ojos a los ya pocos que, aunque nacionalseparatistas, creen en la inocente bondad de unos patriotas que se rasgan las vestiduras por la patria y sugieren que se dejarían inmolar por ella. El nacionalismo es el desastre, la guerra y la pérdida definitiva de la soberanía, la desaparición de la democracia. Y nada más.
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